18/6/13

Standards, de Germán Sierra

Raindrops on roses and whiskers on kittens 
Bright copper kettles and warm woolen mittens
Brown paper packages tied up with strings
These are a few of my favorite things!



En la primera parte de Standards, dos mujeres idénticas se encuentran y se reconocen en medio de la Quinta Avenida de New York.
Esta parte se cierra con una cita de Blanchot, de El mal de museo:
 “Se diría que la posibilidad de reproducir y ser reproducido nos revela la pobreza fundamental del ser: que algo pueda repetirse es un poder que parece suponer, en el ser, una carencia, y que le falta la riqueza que no le permitiría reproducirse”

La copia se convierte así en el leiv-motiv de esta novela de Germán Sierra.
Lo repetiré, aunque todas las reseñas lo repetirán hasta la saciedad. El título, Standards, hace referencia a esas canciones que forman parte del repertorio de muchos músicos de jazz. Como resalta Sierra en sus notas introductorias: “Suelen ser esquemas básicos para entender una pieza: la melodía original, su progresión armónica, una tonalidad y la medida”. El jazz, sin ninguna duda la música más original y creativa del siglo XX, muestra su grandeza en la capacidad de recreación y transformación de una pieza musical, en muchas ocasiones de carácter sencillo y popular. 
Tomemos el ejemplo típico y extremo, My favourite things, de Richards Rodgers. Escuchemos a Julie Andrews cantándola en la película The sound of music. Escuchemos los 21 minutos furibundos de la versión de John Coltrane, acompañado de McCoy Tyner, Jimmy Garrison y Elvin Jones, en Estocolmo en 1962. En este caso no quedan rastros de las gotas de lluvia en las rosas ni de los bigotes de gatitos, como rezaba la letra de Oscar Hammerstein III.
Después, si tenéis valor, intentad escuchar otras almibaradas versiones de la canción que diversos músicos han perpetrado… lo que se llama “ejecutar” una melodía.

En jazz no se trata tanto de confrontar la copia con la reinterpretación, ni estas con el original, sino que partiendo de los esquemas básicos que cita Sierra en su nota, melodía, armonía, tonalidad y medida, interpretan una canción reconocible por el público y la emplean como punto de partida (y fin, en algunos casos) para dar rienda suelta a su mundo interior, a su concepción de la música. Los grandes músicos de jazz te ofrecen al principio una melodía reconocible, luego te transportan a su universo particular y luego te devuelven al mundo (re)conocido.
En jazz importa, mucho, el autor de la canción que ha devenido standard, importa, bastante, el primer interprete de la canción, pero el standard se convierte en algo universal al servicio de los músicos, una base a partir de la cual crear y recrear nuestra visión peculiar del mundo.
Sin embargo en la literatura, al menos en la literatura occidental, la reescritura y la recreación están severamente penalizadas. Los derechos de autor, que en la mayoría de los casos ni siquiera pertenecen al autor, son instrumentalizados para sancionar y prohibir cualquier tipo de “versión”. En literatura estás obligado a ser continuamente original. Esto te obliga a inventar situaciones nuevas en cada texto. Lo que la mayoría olvida es que lo circunstancial que da “originalidad” a un texto no es suficiente. Si es cierto que en cada novela las situaciones y los hechos varían buscando la diferencia con otros textos, no es menos cierto que la forma en la mayoría de los casos se ciñe a estructuras y maneras arcaicas y repetidas hasta la saciedad. Es decir, se cambian algunas notas de la melodía, pero se mantienen intactos el resto de componentes.
Nos encaminamos a un mundo culturalmente clónico en el que sutiles detalles sin importancia (el nombre en la portada, por ejemplo) marcan una inapreciable diferencia.
Una banda de asaltadoras de bancos todas con la cara y el cuerpo de Lindsay Lohan.

De eso, más o menos, trata Standards. O esa es la idea de la que parte Sierra para componer su novela. Todas las tramas son la misma trama, todo está escrito ya. Lo que Sierra trata de resolver es el problema de abordar una novela conociendo las limitaciones narrativas a la que la abundancia de tramas nos aboca. Si todo está escrito ya, cualquier intento de narrar está abocado a la repetición.
Ahora bien, Sierra no se conforma con esa condena a la repetición. Su novela es un intento de soslayarla sin eludirla, acepta las tramas clásicas pero las reinterpreta al modo de un músico de jazz tocando un standard, creando un mundo propio en el que el lector tiene la obligación de reconocer la melodía y al mismo tiempo reseguir los hilos que enlazan cada una de las tramas que se entremezclan. De su (re)interpretación fragmentaria de la narrativa, Sierra nos invita a contemplar la pavorosa sociedad a la que nos abocamos en la que la individualidad desaparece y en el que la copia de un modelo arbitrario y espurio se convierte en símbolo de status social. Y lo hace al mismo tiempo con la complejidad de un músico de bebop y la sencillez de las primeras bandas de jazz, jugando con la estructura sin renunciar a la “melodía”. 
La tesis es la propia narración.


2 comentarios:

condonumbilical dijo...

Resumiendo: las ideas de Gaddis con un poquito de "El Malogrado" de Bernhard (salvando las amplias distancias por supuesto). Y no tengo dudas de que como mínimo ha leído a Gaddis, ya que hace una referencia a "Los Reconocimientos" en su libro anterior, el cual me resultó muy cercano a lo borroso por tanta fragmentación. Con la tontería no has dicho si merece la pena leerlo.

Portnoy dijo...

Pensé que sí quedaba clara mi recomendación... aunque si te pareció borroso Intente usar otras palabras, mejor no te acerques a éste.
Gracias por tu comentario